Delibes y el fin del mundo
Todo tiene un final. Los hombres mueren, aunque nieguen esa palabra; nadie se lleva la riqueza a la tumba, aunque se atesore con avaricia; la injusticia podría acabar si un pueblo se dedicaba a ello; e incluso la magia del progreso se agota cuando la contaminación ya no se puede esconder. Mueren los hombres, pero permanece el Miguel Delibes [1920-2010] el desenlace inevitable y no siempre justo de una vida no siempre vivida: “al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”
Periodista de profesión que, desde su terruño castellano y con personajes humildes, escribió sobre el universo que le rodeaba, siempre de manera pesimista pero siempre reivindicando la justicia social (“mi pesimismo es una manera de estar en la vida” subrayaba), desde un cristianismo sin dogmas y un socialismo sin carnet. Afamado novelista de vocación desde La sombra del ciprés es alargada (premio Nadal en 1947) hasta Los Herejes (premio nacional de Literatura en 1998), conectó su vida y su obra al unísono. Un señor de provincias y orgulloso padre de familia, de hábitos aburridos en la urbe y ensimismado como casi todos con un imposible regreso a lo soy como un árbol que nace y crece donde lo plantan” escribía en su primera novela). El gran narrador español que dio voz a existencias cotidianas y a injusticias recurrentes, a humildes ciudadanos y a dramas escondidos, ya que “un pueblo sin literatura es un pueblo mudo” repitió una y otra vez Delibes Hijo de la Guerra de España, Delibes comenzó fabulando la vida, entre la realidad y la ficción, de los hijos de ese tiempo, sorteando no siempre con éxito la censura de la época. “Si fuera posible hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra – escribía Delibes- resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones”. Personajes marcados por las ruinas del pasado, la miseria del presente y la apariencia del mis personajes no son, pues, asociales, insociables ni in-solidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, pero,simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineludiblemente en la cuneta a los viejos, a los analfabetos, a los tarados y a los débiles “todos somos débiles, todos sufrimos, todos aparentamos, todos somos víctimas de los ideales de progreso de cada época y de cada lugar venía a decir Delibes: “