ANTONIO VILLENA FERNANDEZ
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COLUMNA
Kundera y el socialismo real: el absurdo y el espanto
El autor de ‘La broma’ reivindicó la libertad como valor supremo en unos tiempos en los que muchos estaban dispuestos a vender la suya —y la de los demás— por una idea
Milan Kundera en 1968.VACHA PAVEL (AP)GUILLERMO ALTARES
Aprovechando la Primera de Praga de 1968, un estallido de libertad en Checoslovaquia que acabó aplastado por los tanques soviéticos, Jan Kalina decidió escribir el primer estudio serio sobre los chistes durante el comunismo, titulado 1001 chistes.
Las llamadas anekdot eran obras maestras del humor negro, que también servían como válvula de escape en las dictaduras del socialismo real. Un ejemplo: un hombre regresa del Gulag después de muchísimos años encarcelado. Su madre, muy envejecida, le espera en el andén de la estación de Moscú. Pero él la reconoce inmediatamente. “¿Cómo has sabido sin dudarlo que era yo?”, le pregunta. “Por el abrigo”, responde.
Pero, cosas que pasaban en
los países del Este, cuando Kalina mandó a imprenta su libro, se había agotado
el papel (el turbocapitalismo actual, curiosamente, también conoce esa
escasez). Cuando por fin llegó el material, Checoslovaquia se había convertido
en un país ocupado por la URSS y vivía bajo una feroz represión neoestalinista.
Pero a los operarios de la imprenta les dio igual: se pusieron a imprimir todo
el trabajo que tenían pendiente, sin importarles si era un catálogo de
tractores o un ensayo subversivo que se mofaba del comunismo.
Parece increíble, pero el
ensayo salió en 1969, se distribuyó sin mayores contratiempos y, cuando las
autoridades se dieron cuenta de su contenido, ya había vendido 25.000
ejemplares. Su autor fue condenado a trabajos forzados por “publicar un libro
satírico que insulta con crudeza el estado y la sociedad de la República
Checoslovaca y su solidaridad con la Unión Soviética”. Esta historia, que
resume el absurdo y el espanto de las dictaduras del socialismo real, aparece
en un libro del periodista británico Ben Lewis titulado Hammer & Tickle (un juego de palabras
entre sickle –hoz– y tickle –cosquillas– que
se podría traducir como La hoz y la risa), pero también podría
pertenecer a un libro de Milan Kundera, el escritor checo exiliado en Francia desde
los años setenta, que falleció el 11 de julio en París.
La primera novela de Kundera,
publicada en 1967, durante el estallido de libertad que precedió a la Primavera
de Praga, se titulaba La broma (Tusquets, traducción de Fernando de Valenzuela, un periodista y autor con quien los
lectores españoles hemos contraído una deuda eterna por sus impecables
versiones de la obra del escritor checo). Esta novela, un clásico del siglo XX,
relata la historia de un hombre que escribe un chiste político en una postal
—”El optimismo es el opio del pueblo”—. Cuando es descubierto por las
autoridades, que no aprecian demasiado la ironía sobre la felicidad en el mundo
socialista, su propia vida se convierte en una broma muy pesada de la que no
logra salir.
“El humor es esencial para
él”, explicó hace años el periodista francés Jean
Daniel, uno de los grandes amigos parisinos de Kundera. “La ironía está en
el centro de su vida, la idea de que uno no
se puede tomar el mundo en serio”. Sin embargo, el final de la vida de Kundera,
sus últimos años de lucidez, se vieron manchados por una historia surgida del
socialismo real, una historia terrible, tal vez falsa, tal vez verdadera. Se le
acusó, basándose en un documento policial, de haber denunciado a un compañero
de residencia universitaria en 1950, cuando Kundera era un ferviente partidario
de la URSS. Aquel compañero acabó pasando 14 años en prisión.
El periodista de EL PAÍS Joseba Elola viajó en 2008 a la República Checa para recabar toda la información posible sobre el asunto y escribió un estupendo reportaje titulado ‘Tres checos, un espía y un soplo’. Leyendo aquel texto resulta imposible saber si era verdad, como argumentaban los investigadores, o mentira, como sostuvo Kundera en una declaración pública, apoyado por la mayoría de sus amigos. Resulta difícil, eso sí, obviar la existencia del documento 624/1950 de la policía checa, un informe firmado por el oficial Rosceky: “Hoy, sobre las 16.00, un estudiante, Milan Kundera, nacido el 1-4-1929 en Brno, residente en la residencia de estudiantes de la avenida Jorge VI en Praga 7…”. Muchos creen que aquel escándalo le costó el premio Nobel.
Libros de condolencias en la
biblioteca Milan Kundera de Brno.TOMAS SKODA (EFE)
¿Se puede juzgar a Kundera
por algo que ocurrió cuando era un joven comunista, después de la Segunda
Guerra Mundial y tras la derrota del nazismo, en una época en la que no
denunciar a alguien del que se sospechaba podía constituir un delito gravísimo?
Para las dictaduras, la delación es un instrumento esencial de represión y en
la Europa oriental algunos países, sobre todo la República Democrática Alemana
y Rumania, pero también la República Checa, emplearon todo el poder del Estado
para reclutar a todos los informantes que pudiesen. Jean Echenoz describe aquel
ambiente de terror en Correr (Anagrama), una biografía
novelada del atleta checo Emil Zátopek. Un chiste de aquella época decía que si
se reunían tres checos, es posible que los tres informasen sobre los demás.
Es injusto y no tiene sentido
juzgar desde el presente una decisión tomada en un tiempo terrible, bajo una
dictadura. Que aquel informe fuese verdadero o falso no cambia nada la grandeza
de Kundera, un novelista que supo utilizar el humor —como sus maestros
Cervantes o Rabelais— para contar un mundo que no tiene sentido, y un
ser humano que aprendió a renunciar a las patrias y a reivindicar la libertad
como valor supremo en unos tiempos en los que muchos estaban dispuestos a
vender la suya —y la de los demás— por una idea. Es algo que marcó el pasado de
Europa y que, desgraciadamente, puede marcar de nuevo su presente y su futuro.