PASADO

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LA SOBERBIA TIENE UNA HIJA Y ES LA INGRATITUD, (EL QUIJOTE)

miércoles, 20 de agosto de 2025

DE MARIA DUEÑAS: (Por si un día volvemos)


Se escurrió con tiento hacia un pasillo lateral y allá fui yo tras ella, mientras las demás apelotonadas en su algarabía seguían avanzando en línea recta con rumbo a la salida, en medio minuto estábamos en el patio, en unos segundos nos metimos dentro del botiquín y cerramos la puerta nadie nos echó en falta la estancia era larga y estrecha con una de las paredes cubierta por baldas sobre las que me pareció distinguir cajas rollos de algodón paquetes grandes y chicos que no sabría decir qué cosas contenían, en realidad como botiquín apenas tenía uso, así que se había convertido en una especie de pequeño almacén de inutilidades, la luz escasa y los ruidos entraban por un hueco sin cristal a la altura del techo, más que una ventana era un respiradero sobre nuestras cabezas colgaba un cable con una bombilla que no osamos encenderla y permanecimos un rato en pie sin soltar ni una palabra, una pegada a la otra con las espaldas contra la pared y los oídos atentos hasta que el vocerío femenino del exterior se fue apagando. Sonaron lejanos los últimos ademanes con Dios, hasta mañana, a partir de ahí se desvanecieron las mujeres con los hombres, en cambio fue distinto, hubo primero un breve rato de silencio, seguramente los vigilantes estaban fumando un penúltimo cigarro en alguna parte, pero enseguida comenzó el movimiento que oímos por allí, a los árabes que entraban a barrer las instalaciones nunca los veíamos, pero sabíamos de su trabajo porque al final de cada jornada el suelo quedaba cubierto por una capa de restos de tabaco y porquería y al volver al día siguiente lo encontrábamos siempre limpio, a las voces en árabe tardaron poco en sumarse otras en francés los gritos ásperos de los vigilantes que parecían haber recuperado de pronto sus galones militares de baja calaña. Al León venga Brasil muévete melón, de pesto abonaría, date prisa inútil, a cada poco gritaban a los trabajadores les regañaban en algún momento, incluso me pareció que les daban en el cuerpo con algo, igual era una vara o un periódico doblado para que fuesen más deprisa, conocíamos tanto a esos guardianes que era fácil distinguir de quién provenían los exabruptos del antipático, lo hace con sus ojos saltones su calva brillante y su mala baba de sigiloso.

 Durán que siempre se nos acercaba más de la cuenta y nos manoseaba con penoso disimulo o el cachazudo Moro que soltaba palmas al aire constantemente, palmas blandas y perezosas para advertir de su presencia, del bruto Gramusset, que un día llegó a liarse a patada limpia con una de las muchachas, porque sospechaba que se había metido un acto de puros en la cinturilla de la falda, algunos otros nos solían soltar desprecios, esa noche a lo mejor no estaban por allí, o simplemente eran más comedidos y menos arrogantes con los subalternos, un rato largo después en nuestra nariz quedaba el olor a lejía pero ya no se oía nada.













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