Como es natural, el comportamiento de los adolescentes pasa por un deseo, hacer todo aquello que les aúpe y le reconozcan que ya es un hombrecillo.
Recuerdo uno de los capítulos que más me sumía en la desesperación,( Entrar al baile de Juanete),era sobre la edad de 17 años.
Todo transcurría con más o menos normalidad, hasta que llegaba el punto de encuentro de los jóvenes, el baile del domingo por la noche en el barrio Bolos.
Mi tropiezo se producía, cuando decidíamos entrar al baile, Juanete que se encontraba de portero me negaba la entrada, por ser menor de edad o como solía decir, por niño.
Lo peor de aquella negativa, que la edad de 18 años era la permitida para entrar y ninguno de la cuadrilla o casi ninguno la cumplía, pero como los demás del grupo eran más altos (véase la foto), les dejaba pasar y a mí me dejaba en la calle.
Aún hoy, me resulta muy complicado, describir mi grado de rabia, y de orgullo herido que sentía, cuando me quedaba solo en la calle, y los demás dentro estrenando la cualidad de hombrecitos y buscando chicas para bailar.
Con lágrimas de rabia, desaparecía en la primera
esquina que encontraba, y oculto en la oscuridad dejaba pasar lo que duraba la fiesta y eran horas de frustración y rabia, nunca he podido olvidar aquellos malos momentos oyendo música y escondido junto a un viejo almecinero
Por cierto, que para ocultar la situación, a quien me preguntaba en donde había estado, le contaba cualquier mentira, para ocultar el verdadero motivo motivo que no era otro que el de ser bajito.
Mi atormentada situación no mejoraba mucho al volver a casa.
Mi madre me esperaba con el farol y la azada, ¡¡tocaba riego!!.
Me cambiaba de ropa y salía en busca de mi padre, para ocuparme de la conducción del hilo de agua, hasta cualquiera de los parajes de Isso, de las las que mi padre fuese propietario o tuviese en arriendo.
Por cierto, que para ocultar la situación, a quien me preguntaba en donde había estado, le contaba cualquier mentira, para ocultar el verdadero motivo motivo que no era otro que el de ser bajito.
Mi atormentada situación no mejoraba mucho al volver a casa.
Mi madre me esperaba con el farol y la azada, ¡¡tocaba riego!!.
Me cambiaba de ropa y salía en busca de mi padre, para ocuparme de la conducción del hilo de agua, hasta cualquiera de los parajes de Isso, de las las que mi padre fuese propietario o tuviese en arriendo.