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POR RICARDO TROTTI
No tirar la toalla
Publicado el 17/11/2013 -
Cuando la inseguridad pública, la inflación y la corrupción son desbordantes, y
las crisis se repiten hasta el cansancio carcomiendo las esperanzas, la mayoría
de la gente no atina a rebelarse, sino a resignarse y aceptar la realidad tal
cual es.
A esa resignación moldeada por la frustración e impotencia por no poder cambiar
las cosas, la psicología la denomina teoría de la indefensión aprendida.
Es
cuando la persona, al reconocerse incapaz para alterar el resultado, asume una
conducta indiferente, pasiva y peligrosamente conformista.
Sucede en todas las sociedades. En las desarrolladas, como EE.UU., donde 11
millones de indocumentados vieron esta semana escabullir sus sueños por una
reforma migratoria incumplida. En naciones estables, como Chile, donde los
candidatos tratan de despabilar a votantes indiferentes que prometen gran
abstención en las elecciones de este domingo.
Muchas veces esa indefensión
aprendida no es producto de la casualidad, sino inducida con intención.
El caso
típico es Venezuela. Es el país donde mejor se observa cómo los repetidos
abusos de poder van desgastando las fuerzas de la gente que, abatida, hace suya
la frase acostumbrada: “Nos merecemos el gobierno que tenemos”.
Ante esa desesperanza, el gobierno aprovecha para alimentar ese círculo vicioso
de abusos y resignación. Como esta semana que, a imagen y semejanza de una Cuba
económicamente discapacitada, Nicolás Maduro consiguió la ley que lo habilita a
gobernar sin Congreso y decretar su “guerra económica”. Ya mandó detener la
inflación por decreto e incentivó a las hordas para que desvalijen comercios de
electrodomésticos, castigando así a comerciantes “imperialistas y
especuladores”.
En el ánimo por controlar la economía y las voluntades, Maduro prohibió a los
medios que hablen de “saqueos” so pena de cerrarlos oincautarlos, así como
antes había prohibido informar sobre motines carcelarios y hechos de violencia.
Un control que para los críticos se ejerce mediante amenazas e intimidación,
mientras que a sus simpatizantes embarduna con clientelismo, a sabiendas de que
los subsidios generan sumisión, mientras que el trabajo crea peligrosa
libertad.
Pero el control puede ser sólo un espejismo de bienestar, más aún cuando Cuba
es el espejo. Es que la indefensión aprendida no siempre actúa como anestesia.
En sus primeras etapas, esta genera resignación, indiferencia y conformismo,
pero luego puede degenerar en estadios más peligrosos, como se vio con la
“Primavera Árabe”, cuando las muchedumbres se desbordaron cansadas por la
continua opresión.
Generalmente cuando se superan varias etapas y el sentimiento de derrota se
transforma en fatalidad, trauma y enfermedad, las masas explotan apoyando
cambios radicales y rupturas abruptas de sistema. De ahí que los golpes de
Estado todavía no se hayan borrado del panorama mundial, como en Egipto,
Paraguay y
Honduras.
También ocurre que en procesos menos traumáticos, se termina por apoyar a
líderes mesiánicos, “outsiders” e inexpertos de la política, desconocidos que
se hacen populares con eslóganes anticorrupción y de “poner la casa en orden”,
pero que al poco tiempo se desenmascaran más corruptos y abusadores que sus
antecesores. La historia está llena de ellos y no distingue en ideologías de
izquierda o derecha, pasando desde los hermanos Castro hasta Augusto Pinochet o
desde Alberto Fujimori hasta Hugo Chávez.
Esa misma historia muestra que el sentimiento de indefensión, suele llevar a
sociedades enteras a un estado de depresión y fracaso, en las que la gente no
entiende por qué habiendo tantos recursos, las crisis son intermitentes y
replicables de generación en generación.
Evitar esa indefensión aprendida no es una cuestión social, sino, ante todo,
una responsabilidad individual. En democracia cada uno debe asumir una actitud
proactiva, pese a los contratiempos. Participar de las elecciones, centros
comunitarios; denunciar los malos servicios y las injusticas; alzar la voz, son
formas de participar y hacer sociedad. No tirar la toalla, no rendirse, es el
mejor antídoto contra la indefensión.
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En esta lucida opinión de Ricardo Trotti, creo que se pone el dedo en
la llaga.
Sobre nuestro comportamiento generalizado, de que nada se puede hacer,
quizá, hay radica lo peor de nuestra sociedad actual, pues nos deja indefensos
para mejorar las cosas.
Hay herramientas en las
democracias actuales, sean más o menos consolidadas, que pueden detener un
proceso, que nos avoca, a la creación de dos clases de ciudadanos muy separadas,
por el poder adquisitivo, y una tercera, cada vez más numerosa, que apenas
pueden sobrevivir.
Estos últimos años, hemos protestado buen parte de la sociedad, sin embargo,
muy poco se ha conseguido, esto me hace pensar, que los movimientos de masas no
son lo efectivos, entre comillas, porque cuando una multitud protesta, y no es
capaz de canalizar ese movimiento, en un diseño claro y unánime, de que es lo
que se quiere, por si solo se desvanece.
En mi opinión. Estos días hemos visto, como un número pequeño de
trabajadores, en comparación con esas manifestaciones multitudinarias, han
cambiado la vida de 1.300 compañeros.
Esto ha sido posible porque se han presentado como un grupo compacto,
solidario, y paciente, me refiero a los trabajadores de la limpieza de Madrid.
Tal vez deberíamos hacer una reflexión, sobre las formas de cambiar
las cosas en los tiempos actuales.
A. Villena