Con el ordenador sobre las rodillas, y en la tele un debate político,cierro una pantalla, y como viene siendo habitual, me quedo con el ordenador, e inicio la escritura de aquello que se me ocurra, convencido dé que acabaré menos confuso con esta elección.
Con la mirada distraída y un tanto
descolocado, opte por entornar los ojos y el tiempo se mece en mi memoria sin
descanso.
Veo a mi padre a la sombra de la
centenaria carrasca, que habia crecido entre la parcela de Patrocinio y la piedra del tesoro.
Le recuerdo recostado, y como de costumbre, inmerso en una especie de liturgia, como era la de liar y prender un cigarro.
Esta manera sosegada de liar, la adopto, después de que unos años antes pasara una grave pulmonía, y el médico (D. Joaquín), le aconsejara que dejase el tabaco, tomo nota del preocupante aviso de su salud y optó por una solución a medio camino, entre dejar de fumar, o fumar sin bajarlo a los pulmones.
En ese momento, su estrategia fue la de suavizar todo lo referido al vicio, y entre otras cosas, hacerse sus cigarros con una laboriosidad extraordinaria.
Sacaba
la petaca y el librito, ponía el tabaco en la palma de la mano, y lo
restregaba para molerlo, después, cerrando la mano con el tabaco, extraía el
papel con la otra y doblándolo en forma de canaleta semicircular, vertía el contenido, pasaba la lengua a lo largo del papel, y girandolo con los dedos ,el cigarro quedaba listo para encender.
En toda esta especie de liturgia, se pasaban varios minutos, después se lo ponía cogido a la oreja, y otro poco tiempo en los labios, por último, sacaba el mechero con la mecha amarilla, y tras unos pescozones a la rueda, saltaba la chispa propiciando el encendido tras un pequeño soplo.
También y despues de la enfermedad, había adoptado una peculiar manera de fumar y se trataba de no pasar humo por la garganta, desde la boca volvía a expulsarlo.
Girándo su torpe cuerpo,devido a la edad y al reuma, aprovecha para
limpiar la pala de la azada.
Son las once pasadas del mes de julio, y el calor ya es sofocante.
Esta mañana ha tocado binar hortalizas tomates, melones, pimientos, y otras.
También
aprovecha para raspar el interior de las regueras en tierra, que al ser las encargadas de canalizar el agua hasta los distintos cultivos, suelen tener algunas matas de hierba.
Es curioso cómo, a pesar que ya es verano,
solo se quita la chaqueta, cuando a de
manejar la azada, pues en su descanso se la echa por encima.
También lleva puesta camisa y
camiseta de manga larga, habitual durante todo el año, otra secuela de la
grave enfermedad que padeció. El solía decia con respecto a la salud, que el mejor
medico de uno, es uno mismo.
A primera hora y hasta pasadas las ocho
de la mañana, la niebla no ha dejado ver el sol, ahora las nubes están
evolucionando en el horizonte sobre la peña y el estrecho.
El pajarero
las mira con cierta preocupación, sabe
del peligro del granizo, y lo que podría suponer, si dañara las hortalizas y demás
cultivos.
En ese momento la María del salon, (mi madre), después de coger algunos tomates, por cierto, de los primeros, recoge los restos del almuerzo, los pone en el canasto, y emprende el regreso.
La senda transcurre entre
las tierras de Rafael el Labrador y la guilanda, situada al sur del Barrio bajo, la Maria saluda a Luis Leona y Manuel, (Marido de la Anita), que estan a la sombra del robusto almecinero.
El pajarero queda escuchando el canto de las cigarras, del soleado y caluroso día.
Poco despues sale de la sombra de la encina, y tras ojear la mula, que la tiene atada en una pequeña terraza, próxima al bancal de el Yerne, retorna a su trabajo... No sin antes volver a echar un vistazo a la tormenta que se estaba formada sobre la Peña y el Porron.