INJUSTICIA:
Hay que cerrar la puerta,
el frío se quedará en la calle,
junto a la lluvia que cae lánguida.
Aquí junto al estertor del silencio
un risco lejano de una montaña
pausa la libertad del sosiego,
apura la luz que solapa las sienes,
no exentas de sudor confundido.
¿Quién sabe porqué canta arriba,
en la agreste cima, el gélido aire,
cobijado del latir del otoño rezagado?,
Por más que la reptante onomatopeya
silbe su confidencia a las cumbres,
no habrá vahído de la realidad
diluyendo la mesura del fingimiento,
tan solo un espasmo parco de la queja.
El perdón es solo una sílaba suave,
no tiene prestancia, ni vida,
sin un perceptor dispuesto a recibirlo.
Me pierde tanta agonía sin nombre
en el oscuro pavimento de los tópicos,
y el temblor de los labios del agua,
en la indiferencia del pretexto,
cuando el argumento pierde altura.
¿Será cierto que todos nacemos iguales?,
Es el poder el que hace mal el reparto,
me dicen, aquí, la dama quimera,
insignia del utópico sueño del hombre.
Rapaz crudeza arañando las sombras,
en las espesas paredes de los rumores,
como un bipolar inestable cielorraso,
confundiendo las riberas de las masas.
Emprendimos nuestra marcha por el dilatado campo de las
épocas, y venimos desde las antiguas a las modernas edades.
Salimos del Paraíso y nos encontramos a los dos minutos en
la mansión que nos ofrece el siglo xix.
Nuestro viaje ha sido
tan ligero como la electricidad.
La rapidez con que hemos pasado al través de los tiempos nos
ha permitido ver, nada más que las cosas muy notables.
Ahora tendremos que caminar más despacio por el inmensurable
valle del porvenir.
¿¥ quién de vosotros no ha sentido en su corazón un deseo de
mejorar, de fortuna, de brillar en la sociedad, de alcanzar los aplausos que
tributan los pueblos al sabio, al filósofo y al artista, que trabajan y
sacrifican su existencia por conseguir el bienestar de aquellos, y por alcanzar
para su patria una corona de gloria?
¿Quién de vosotros no
tiene esas legítimas y justas aspiraciones?
¿Hay alguno que mire
con desprecio los entusiastas y satisfactorios triunfos del genio y de la
virtud?
No: hasta el perverso los envidia; hasta el malvado desearía
lograr su redención para obtenerlos, si encontrara una mano piadosa y bienhechora que pudiera conducirle por el sendero del bien.
Pero vosotros no estáis en ese caso.
Vosotros dais vuelta por la falda de la montaña, en cuya
cima se eleva el templo de la felicidad y de la gloria, y aun cuando ardéis en
deseos, no os atrevéis a subir a la cumbre.
¿Y por qué?
Porque unos os creéis débiles.
Porque otros os
consideráis faltos de recursos y juzgáis pobre de espíritu vuestro corazón.
Y porque otros, en fin, más impacientes que perversos
primero, y más malvados que impacientes después, confundís los caminos y elegís
el que conduce a la elevada cima del mal.
Por eso os engañáis.
Es que vuestras preocupaciones ahogan el germen de esa
pasión noble, y no dejan que se desarrolle en robustos y frondosos tallos.
Para trepar por la montaña del bien hasta tocar a la
cúspide, bastan la fe, la constancia y el talento.
Venid un instante.
¿Veis ese bosque de pequeños arbolillos?
Pues bien; observad cómo la mayor parte de ellos se
esfuerzan por elevar sus ramas en medio de los demás, para lucir su
follaje al sol de mediodía y recibir los besos halagüeños de la juguetona
brisa.
Los que solo brotan y extienden sus brazos al abrigo de los
troncos de sus hermanos, vegetan oscurecidos.
No gozan de los rayos de la luz.
Sus hojas apenas se
coloran.
Sus- ramas languidecen y mueren al fin, sin haber gozado de
la vida.
Imitad a los
primeros, y que os sirva de estímulo la miserable existencia que arrastran los
segundos.