Hay que cerrar la puerta,
el frío
se quedará en la calle,
junto a
la lluvia que cae lánguida.
Aquí
junto al estertor del silencio
un
risco lejano de una montaña
pausa
la libertad del sosiego,
apura
la luz que solapa las sienes,
no exentas
de sudor confundido.
¿Quién sabe porqué canta arriba,
en la
agreste cima, el gélido aire,
cobijado
del latir del otoño rezagado?,
Por más
que la reptante onomatopeya
silbe su
confidencia a las cumbres,
no
habrá vahído de la realidad
diluyendo
la mesura del fingimiento,
tan
solo un espasmo parco de la queja.
El
perdón es solo una silaba suave,
no tiene prestancia, ni vida,
sin un
perceptor dispuesto a recibirlo.
Me
pierde tanta agonía sin nombre
en el
oscuro pavimento de los tópicos,
y el temblor
de los labios del agua,
en la
indiferencia del pretexto,
cuando
el argumento pierde altura.
¿Sera
cierto que todos nacemos iguales?,
Es el poder el que hace mal el reparto,
me
dicen, aquí, la dama quimera,
insignia
del utópico sueño del hombre.
Rapaz
crudeza arañando las sombras,
en las
espesas paredes de los rumores,
como un
bipolar inestable cielorraso,
confundiendo
las riberas de las masas.