La vida nos manda regalos envueltos en problemas" (Juan Carlos de Pedro)
Cada vez más seres humanos estamos descubriendo que lo mejor que podemos hacer por la sociedad es estar en paz con nosotros mismos. Porque cuando cultivamos la serenidad en nuestro interior desarrollamos la ecuanimidad, una cualidad muy útil para dejar de sufrir, luchar y entrar en conflicto con los demás y nuestras circunstancias. En esencia, la ecuanimidad consiste en ver la realidad como es, y no como nos gustaría que fuese. Así es como poco a poco dejamos de etiquetar las cosas como blancas o negras, y empezamos a mirarlas con más objetividad y neutralidad, percibiendo la infinidad de matices grises que existen entre uno y otro extremo. En este sentido, que nuestro amigo sea impuntual no es un problema. Es solo un proceso. Que nos despidan del trabajo tampoco es un problema. Es un proceso. Y lo mismo ocurre cuando nos deja nuestro compañero sentimental. También es un proceso. Ni siquiera el hecho de que muera un ser querido es un problema. Por más que nos victimicemos y suframos al afrontar este tipo de situaciones, ninguna de ellas es un problema. Todas son procesos. Y estos no tienen solución, sólo un comienzo y un final.¿Qué sabemos acerca de las cosas que nos pasan? Lo que hoy determinamos que es malo, mañana puede convertirse en algo bueno. Y viceversa: lo que hoy bueno, mañana puede derivar en algo malo. Quizá nuestro amigo ha de llegar tarde muchas veces para comprobar por sí mismo que esta conducta acarrea consecuencias perjudiciales en su red de relaciones. Y en base a esta comprensión decidir disciplinarse, entrenando así el respeto para con los demás. Quizá hemos de pasar por la experiencia del paro para reflexionar acerca del rumbo que había tomado nuestra vida laboral. Quizá hemos de vivir una ruptura sentimental para verificar que somos excesivamente dependientes. Y por consiguiente, aprender a amarnos más a nosotros mismos para ser más independientes emocionalmente.
Por más doloroso que resulte, la muerte de un ser querido nos hace despertar, llevándonos a valorar más la vida y todo lo que en ella acontece. Hasta que no nos sucede alguna experiencia verdaderamente adversa y desfavorable, en general no abandonamos nuestra zona de comodidad. Esta es la esencia de la resiliencia, la capacidad de aprovechar circunstancias adversas para madurar.
De ahí que haya seres humanos que -al haberse responsabilizado en descubrir el aprendizaje oculto e inherente a cualquier experiencia- miren hacia atrás y solo tengan palabras y sentimientos de agradecimiento. Porque, quién sabe, quizá han sido precisamente estas situaciones complicadas y desfavorables las que nos han llevado a adentrarnos en un proceso existencial que nos ha permitido convertirnos en quienes estábamos destinados a ser