Ruidosos días que anteceden a noches de angustiosos
silencios, tanta soledad que duele.
Nada se mueve, la media luna se ensombrece con niebla semi-trasparente,
arboles sin sombra, un mínimo aleteo le sobresalta, quizá un búho no encontró
su tronco… Apoyado en el viejo astil de una azada, “inmóvil”, espera con
impaciencia el leve sonido del agua llegando a su primer punto de riego…
En el silencio más absoluto el regante vuelve la mirada al
farol con la llama jadeante bajo la higuera.
Apenas un círculo de
luz, que le permite ver el movimiento de algún pequeño insecto aleteando y chocando
con el cristal.
A la chaqueta le
traba el ultimo botón de la solapa, mientras miras el reloj con la ayuda de la
escasa luz, este marca las 2 hora 15 minutos, un viento leve y frió recorre su
cuerpo.
El regante solo y
apoyado en el viejo astil, siente la soledad de manera brutal.
De pronto la duda asalta su mente, según la hora, el manantial guiado desde la fuente, debería estar mojando la tierra.
Poniéndose el azadón sobre
su hombro, camina acequia arriba buscando el sonido del agua, abriéndose paso entre
la oscuridad y entre una maraña de hierbas que cubren el cauce.
Al momento oye el agua caer en una poza próxima ,y se tranquiliza.
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