PASADO

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LA SOBERBIA TIENE UNA HIJA Y ES LA INGRATITUD, (EL QUIJOTE)

lunes, 12 de octubre de 2020

40 AÑOS DESPUES

No soñé con la democracia en mi juventud, entre otras cosas, porque el sistema no permitió que mi generación, supiéramos de qué se trataba.

Llegaron las libertades y con equilibrio y momentos complicados, salimos adelante, entre otras cosas porque nos abrumaron de sueños.

           ¿Y AHORA QUE ?

A veces, cuando veo algun debate político o noticiero, percibo con indignación, que estoy oyendo a los charlatanes de los años 50, vendiendo lotes de mantas por los pueblos, cuando por el mismo precio, añadían objeto tras objeto, fuese manta ,toalla, sábana, et.

 La diferencia.  Que aquellos lo hacían con 
gracia, mientras los politicos de ahora, lo hacen con arrogancia, prepotencia y con risa de muñeco loco, creando en quienes  lo están pasando mal, verdaderas tragedias mentales, y repugnancia.

Hoy!, 40 años despues pienso que no hemos estado a la altura, en cuanto a la  elección de los mejores, para tan difícil misión.

Conviene recordar, que este mi país al que quiero, continua lastrado por la alargada sombra del dictador, a traves de una vigilancia férrea sobre la educación.
La iglesia fue y de alguna manera continua, adoctrinando a generación tras generación, de las bondades de un cristianismo a la medida del dictador.
Sesenta años después, las dos españas, de las que hablaba A. Machado continúan enfrentadas.







  















domingo, 11 de octubre de 2020

REFLEXIONES... ( 05/O9/1991 )




DEPURADORA VILLAJOYOSA
Estoy disfrutando vacaciones. ¡¡Suena bien!

  A mis cuarenta años, deseo que mis hijos crezcan rápidamente, y que sean autosuficientes.
 Deseo poder apartarme pronto de este monstruo en que se está convirtiendo la maquina productiva.
  Una competitividad que solo valora resultados inmediatos.
Yo la definiría como la lucha por el absurdo.
 Me considero hasta un hombre afortunado, sin embargo, los momentos sin preocupaciones en mi vida, apenas ocupan una pequeña parte, el resto lo dedico a intentar entender lo que me rodea ¡o sea! actuar a la defensiva, para no salir perjudicado, por otra parte, trato de encontrar en mis hijos los receptores idóneos de este tipo de cosas, que tantas dudas despiertan en mí.

En este galimatías, y en mi obsesión por hacerme hueco, acabo poniéndome tantas ataduras y doblándome tanto, que estoy quedando sin ningún tipo de respuesta, o contestación, que precise de critica a lo establecido.
   Hoy reconozco, que me he pasado la mayor parte de la vida, tratando de quedar bien con los demás, eso ha hecho de mí, dos personas distintas, la que soy, y la que procuro trasmitir.

 Puede que sea hipócrita, por mi parte, sin embargo, cuando se trata de hacer compatible, la libertad de opinión y el entendimiento con tus superiores en el trabajo, la cuestión se complica, pues si deseas no tener problemas, habrás de ocultar tu verdadera realidad, porque pocos jefes están preparados, para compartir con sus subordinados, la gestión, sobre el cuándo y el cómo, de los problemas que surgen en cualquier proyecto de obra 

  Esto, hasta día de hoy he podido soportarlo, sin embargo, es tal la presión, que comienza a crearme enormes dificultades de personalidad, y que deriva por encima de cualquier otra consideración, en miedo no solo al fracaso, sino incluso al daño que me produce, cualquier tipo de crítica, sobre el resultado obtenido.
    Esta situación en el futuro tratare de revertirla, o quizá algún día a no muy largo plazo lo acabare lamentando.
 Esta lucha emocional está vigente en mi vida, desde hace algún tiempo, con dos frentes muy definidos y tal vez antagónicos.
   Por una parte, la búsqueda de mis raíces y el reencuentro con mis entornos naturales de la niñez.

 Por otra, la obligación responsable, de a través de mi trabajo y mi esfuerzo, encontrarle sentido a la lucha discreta y soterrada, por colocarme en las mejores posiciones, y poder ofrecer a mis hijos, las posibilidades que yo no tuve.

 De ahí, que la visión que actualmente tengo de la vida sería la de una película en blanco y negro, pasada de revoluciones.

  El gran reto quizá sea, crearme un entorno tranquilo, donde yo como sujeto, no me sienta atrapado, cuestión complicada
.
Últimamente tengo sueños en los que, al despertar los recuerdo con cierta nitidez.
 La relación que hay entre ellos es la presencia de mi mujer.
En ocasiones la veo alejándose de mí, y con la posibilidad de perderla.  Es cuando suelo despertar y siento gran alivio al descubrir que duerme a mi lado.

  Es evidente que el trabajo me somete a una alta tensión, o como ahora se dice "estrés".
Esto hace que me sienta una herramienta de empresa dentro del entramado laboral y no una persona.
   Esto hace que recuerde con cierta nostalgia, los años que disfrutaba de la total confianza de mis superiores.

Eso ocurría antes de 1.990.

En ese año la empresa nos comunicó al comité, que algunos gestores en el área que yo trabajaba se había sé excedido de sus funciones, a la vez que se beneficiaban con prácticas corruptas.

Esta cuestión, por la gravedad de las imputaciones, hicieron de mi un elemento roto y descolocado, no comprendía nada de lo que estaba pasando, opte por el silencio y el distanciamiento, de todo cuanto pudiese recordarme el pasado, incluso las personas.
 
Fueron años espantosos en los cuales, y por voluntad propia amordace, la palabra y mi empatía hacia todo lo que rodeaba mi actividad laboral,

La primera foto de la página se refiere, a la primera obra después del conflicto del 90.   Se trata de la depuradora de Villajoyosa. 













 



       

  

   


lunes, 5 de octubre de 2020

Ser bosques. Jean-Baptiste Vidalou.

 

Los emboscados



El autor es un activista medioambiental, licenciado en Filosofía, que presta su voz a los que quieren ser bosque, volverse ingobernables.

Crítica sin ambages la planificación y modernización arrasadoras y se pone del lado de quienes se oponen a que se reduzca el mundo a “cuentas”.

Quienes amamos la naturaleza y sabemos hasta qué punto la estamos saqueando y destruyendo sistemáticamente no podemos estar más de acuerdo con el punto de partida del ensayo Ser bosques firmado por Jean-Baptiste Viladou: «Esta época no parece sustentarse ya en gran cosa. La época que huye de su propio desastre refugiándose en su ‘nave espacial tierra’, la que tantas esperanzas había depositado en la religión del Progreso, se ve ahora abandonada a los designios de un globo a la deriva, despojada de todo sentido, por completo extra-terrestre».


Cabe añadir de entrada que, como corresponde a la naturaleza combativa del volumen, el autor firma con un seudónimo de guerra adoptado como homenaje a un héroe popular que durante el Siglo de las Luces luchó denodadamente contra la deforestación y el acaparamiento de tierras llevados a cabo por Carlos X en su feudo galo. La solapa informa también de que en realidad se trata de un activista medioambiental licenciado en Filosofía que, nada menos durante ocho años, vivió retirado en el bosque de las Cevenas, donde participó en la lucha colectiva contra la construcción de una planta de biomasa y que en la actualidad se dedica, como maestro de obras, al levantamiento de paredes a piedra seca en Occitania.


Bajo ese apelativo presta voz a quienes quieren ser bosque, volverse ingobernables, a aquéllos que han empezado a habitar como una manera de vivir, una ética, y contra proyectos asoladores tipo presa, cementerio de residuos radiactivos o aeropuerto, zonas boscosas en varios lugares de Francia, pero teniendo a la vez como referentes a pueblos en la misma lucha por todo el mundo: los nasa en Colombia, los penan en Borneo, los cree en Canadá, los pescadores del istmo de Tehuantepec o los campesinos del estado de Guerrero en México. Siempre en busca de una nueva relación respetuosa con el territorio, desde la certeza de que el bosque «es un pueblo que se subleva, una defensa que se organiza, imaginarios que se identifican».


Para llegar al desastre depredador en el que nos encontramos sumidos, bajo el control hegemónico, mediante señales en las pantallas, de los «intendentes del planeta», que cartografían, «píxel a píxel, su propia devastación», se remonta nada menos que al primer texto escrito de la humanidad, la historia sumeria de Gilgamesh, «quizá la primera catástrofe ecológica, esa catástrofe que es la propia civilización». A seguido se centra en la región francesa de las Cevenas, «tierra de resistencia», traza la historia de un terreno propicio a la guerrilla de emboscados, ya desde la insurrección y revuelta, en los albores del siglo XVIII, de los hugonotes camisardos que, como durante la Segunda Guerra Mundial el maquis, pusieron en jaque al ejército real, amparándose en una topografía inaccesible.


Se defiende a ultranza, siguiendo «una fuerza que crece en su corazón y sus lindes», la concepción de los bosques, por encima del mero paraje cubierto de árboles, como una forma de relación, «de disponer el mundo, de imaginarlo, de apegarse a él». Por eso, en torno a la oposición entre lo salvaje y lo civilizado, se desgrana con precisión la visión del bosque a lo largo de la historia de Occidente, de su pasado insurrecto y resistente que suelen olvidar los conservacionistas, al tiempo que se preconiza, acudiendo a Hannah Arendt, Martin Heidegger, Paul Virilio o Ernst Jünger, una vuelta, desde luego muy complicada, a lo rural y al hombre asilvestrado «frente a una civilización que está llevando este planeta a la catástrofe, desde las cadenas de producción hasta las plataformas de las redes sociales», a ser viento frente a los promotores eólicos.


Y porque critica sin ambages la planificación y modernización arrasadoras y se pone de lado de quienes tratan de impedir que se reduzca «el mundo a cuentas», pone el dedo en la llaga del único interés de dominación estratégica que alienta en la sacrosanta «transición ecológica» y su requerimiento de energía limpia, bajo el principio de «reducirlo todo a la economía», al crecimiento sostenido. La bicoca de la transición ecológica es en realidad, como muchos sospechamos, un cambio de negocio. O cuando denuncia la musealización al servicio del turismo urbanita de los Parques Nacionales. En torno a estas cuestiones no puede mostrarse más contundente: «Progreso y fascismo eran, y siguen siendo, los dos polos subyacentes de una misma ideología de ordenación».


Nuestra época sigue siendo fisiocrática y en la onda de la religión geométrica de Descartes, Hobbes o Bacon, hemos pasado de «la vieja idea de la conservación de la naturaleza a la de gobernanza de la biodiversidad», todo en términos contables, de mercado, es decir, de tecnología de poder, con el cinismo que esto comporta. La gestión sostenible, en suma, no es obra de la conciencia medioambiental, sino de la hegemonía del cálculo y la logística. Medir, extraer y gestionar, no hay más. Lo que da que pensar. Sin duda, más allá de manifiestos y manifestaciones al uso, por cuanto defiende no entrar en los falsos debates políticos ―«el político, sea de izquierdas o de derechas, no es más que un tonto útil, un trampolín para la ingeniería territorial» apoyada en la «mística de la interconexión». Un libro insólito y necesario