MAYO DE 2.007
Son las 24 horas, estoy en Isso, sentado en la habitación donde guardo mis recuerdos, mañana es fiesta.
En el ordenador suena la música de titanic, hace unas horas he acompañado a una familia, en la despedida de su joven hija, que ha fallecido de cáncer.
El cáncer ha escrito una de sus páginas más horribles.
El contraste de una vida joven, que descubre que ninguna medicina le puede ayudar, a la vez que ve truncados sus sueños, por el dolor y las tinieblas, y un cuerpo que se deteriora con lentitud, pero sin cesar.
Junto a ella, los padres y su pareja rotos, y espectadores de lo más horrible que un ser humano puede vivir, la lenta agonía de lo que más quieren en la vida.
El cáncer la ha disuelto en plena juventud, y es muy complicado ponerse en la situación de esta chica y familia.
Lo de las muertes anunciadas, y más si se producen cuando apenas has comenzado a vivir, producen un terrible espanto.
El tramo final, con sus momentos de esperanza
y de pánico, acaban minando los cimientos humanos más resistentes.
¿Es posible, recibir el mensaje del
final de tus días y recibirlo con sosiego?
Supongo, que cuando esta situación se
da en jóvenes, y tan despiadadamente, la reacción ha de ser, la de sentirse
injustamente tratada.
En el caso de mis hermanos y en especial el
primero, fueron muchas veces las que vi en su rostro, el horror y el pánico,
esta cuestión sin duda debilita mi percepción de las bondades de la vida,
incluso cuando esta transcurra sin sobresaltos.
Afortunadamente para mí, en mi cerebro está el recuerdo de los últimos meses de mi padre, porque en el descubrí otra manera de morir, si bien su edad rebasaba los 80.
Su longevidad la aceptó sin ningún tipo
de trauma, consciente de que su ciclo por edad había finalizado y hablaba de la
muerte, desde una perspectiva superada, decía que, a su edad, la muerte no
dejaba de ser normal.
En mis últimas conversaciones con él, me transmitió con una entereza, que
cada día valoro en mayor medida, su total tranquilidad y disposición, a como él
decía pasar al otro barrio.
Lo único que pedía a quienes le
cuidamos era, que no tratáramos de alargar la agonía final en los hospitales.
Por nuestra parte, cumplimos a medias, tratamos de alargar la vida, y
solo conseguimos que durase un par de semanas en un hospital, lleno de tubos y
sufrimiento, y quejándose de lo duro que era pasar al otro barrio.