Vivimos en un mundo de jerarquías absurdas, de lealtades hacia arriba, en donde quién tiene el poder exige esa lealtad pero le pesa su puta soberbia para brindarla con sinceridad.
Porque para esos majestuosos seres, la lealtad es que el mundo perciba su ego como ellos mismos lo perciben, como si el mundo les debiera algo, como si fueran lo más preciado del universo... y pues no.
Esa gente miserable vive en el globo que otros les han construido lamiéndoles el culo sin más crítica que hacerles ver alguna mota que se les subió al hombro del vestido.
Lameculos y agrandados, así funciona este mundo cabrón.
Cuántos rostros están apareciendo ahora en mi mente.
Cuántos personajes levitando en la burbuja de su propia arrogancia, esperando pleitesía gratis porque sí, porque son poderosos y pueden.
Veo un calvo hijueputa, un niño grande con ínfulas de sabio, un par de gordas malditas, un atrabiliario corrupto, que en lo más bajo de sus actos decidió volverse evangélico cristiano, para hacer de su poder efímero, una superioridad moral permanente.
Sí, los veo y los recuerdo, escupo esta pantalla y sigo escribiendo.
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