Villaverde de
Guadalimar
Fantástico enclave,
situado en la provincia de Albacete, comarca de Alcaraz y que me recuerda la leyenda del Pernales.
Según ha
trascendido, fue un bandolero que robaba a los ricos para repartir a los pobres, y que fue abatido en la Sierra de Alcaraz por la guardia civil, junto
al niño del Arahal
Sin duda, como suele ocurrir con estas
historias populares, tendrán gran parte de fantasía, pero eso no
cuestiona a mi modo de ver, la fuerza con que se mantienen en el tiempo.
En este vídeo, podemos
ver a dos buenos amigos de Isso, cantando la canción del Pernales, cuando
pedían el aguinaldo en navidades.
Lamentablemente mi
buen amigo Manolin, ha fallecido...Siempre estará en mi memoria.
Descanse en paz
Romance del
Pernales
Estando Diego Corrientes
con el caballo
calzado
con el trabuco
en la mano
Sígueme, Luis
Candelas
sígueme por mis
pasos
que vamos a la
serranía
con el trabuco
en la mano
¿Dónde está José
María,
José María el
Tempranillo?
Francisco Ríos
Pernales
que venga con el
Vivillo
Vamos a los
cortijos,
Como no podía ser de otra manera, también hay otras versiones en cuanto a su idílica actitud
EL NIÑO DEL ARAHAL FRANCISCO GONZALEZ
In Bandidos on 11
de enero de 2013 at 13:45
El Pernales fue un
asesino implacable al que el pueblo le cantó romances de hambre que no se
mereció
“Pero sin duda el más
famoso de los bandidos terminales fue el estepeño Francisco Ríos González,
alias Pernales”.
LORENZO SILVA
En el sur cuentan las
cosas más rápido por el sistema de merendarse las sílabas para no perder el
tiempo pronunciandolas y les ponen reseñas a los paisanos para no demorarse en
aprenderse sus apellidos. O para asemejarse a los reyes. Según tengan el día le
calzan a la fuerza la ejecutoria y unas veces les sale el mote descriptivo y
otras del revés, con lo que al feo del pueblo le toca que le digan o el Susto o
el Piropo. A Francisco Ríos González le adjudicaron nombre gráfico y le dijeron
el Pedernales, por ser crudo de carácter, que después le abreviaron en Pernales
y le acertaron, porque gastaba humor tan bronco que cuando sus hijas le interrumpan la
siesta porque lloraban de hambre les quemaba la piel con la brasa de un cigarro
para que se quejase por motivo. El cigarro estaba torcido en Gibraltar y era
del contrabando, porque el macho tenía para fumar, aunque faltase el pan a la
camada. En el sur también se hace canción de todo, porque abundan las
guitarras, y cuando los tricornios mataron al Pernales en la Sierra de Alcaraz
el pueblo le celebró con un romance mentiroso que acababa diciendo: “Pernales
en toda su vida/ no ha matado a ningún hombre/ que el dinero que robaba/ lo
repartía entre los pobres.” El Pernales tenía apuntadas muertes por explicar en
las cuentas del San Pedro y si no robó al pobre es porque entendió que era
echar la jornada de vacío y más que repartir lo que hacía era dar propina para galantear y pagar alcahuetes. Los versos hermosearon sus gestos, como les suele
pasar a los bandidos de la sierra, pero Francisco Ríos González, que le decían
Pernales por ser moleño y malacara, practicó el asesinato navajero y el ultraje
a la mujer, el secuestro de niños, el robo de cortijo y de camino y la vida de
monte del que tiene que huirle al guardia y dormir guardando bajo el serón el
cuchillo de afeitar.
Casta bandolera
El Pernales nació el 23
de julio de 1879 en Estepa de Sevilla sin un pan debajo del brazo y le
bautizaron como Francisco de Paula José Ríos González en la parroquia de
Santa María la Mayor de la Asunción. En Estepa, Micaela Ruiz, que le decían la
Colchonera, se inventó los polvorones cuando se le ocurrió secar las tortas de
manteca del Convento de Santa Clara para que su hombre, que era carretero, las
vendiera en el camino. Entre hornos de mantecados y a la sombra del olivo en
Estepa se da bien la crianza de bandidos y de allí era la partida del Vizcaya,
la banda del Perdigón, el Niño de la Gloria y el Marcao, que llevaba escrita la
quijada. De Estepa era el Lero Juan Caballero, que cabalgó la sierra con
el Tempranillo y se murió de un flemón, y Joaquín Camargo el Vivillo, que
después de cuatrero fue picador de toros. En casa del Pernales había cazuela
magra y frío en invierno y su padre andaba en los tajos temporeros y en el furtivo,
cazando a cepo porque no tenía para escopeta. Por parte de madre, sus tíos el
Chorizo y el Soniche eran cuatreros de reses y le daban ejemplo al niño. A su
padre le mató un guardia civil de un culatazo de mosquetón una tarde que le
cogieron robando una huerta y a sus tíos los envenenó un gitano de nombre
Macareno que les puso ponzoña en una paella con conejo. El Pernales se fue
pronto de casa y se puso de pastor de los rebaños de otros, pero dejó pronto el
pasto para caminar el monte y formó banda de forajidos con Antonio López
Martín, que le decían el Niño de la Gloria, y con caballistas de la antigua
banda del Vivillo, que había huido a Argentina. Le siguieron Juan Muñoz
el Canuto, Antonio Sánchez el Reverte y Pedro Ceballos el Pepino. Dieron su primer
golpe en Cazalla, en donde robaron a un cortijero, le zurraron una tunda que le
dejó en la raya del eterno y delante de sus narices rotas le violaron a la
mujer. Después se echaron al camino, a robar en las cruces, y se hicieron
cartel de violencia y de no gastar misericordia y con razón, porque se dieron
al ultraje de las hembras y a deslomar a palos a los renuentes.
Los falsos romances
Pernales llevaba la jeta
pintada de pecas, era rubio de pelo y tapón de talla, de apenas el metro y
medio. Sin embargo era ancho de pecho y fuerte de remos y buen caballista de
yeguas. Se buscó una mujer dócil y la casó, la hizo dos niñas y las tres le
importaron el carajo y le acabaron abandonando cansadas de coger cinto cuando
el Pernales llegaba húmedo de anís. Descubrió que a otros sí les importaba la
familia y se dedicó al secuestro y para que no le tomaran a la ligera rebanó el
pescuezo al niño de un cortijero que fue tardón en aflojar. En las veredas
soltaban la bolsa los viajeros sin rechistar por haberle escuchado la fama y
una vez le robó mil pesetas al gobernador de Córdoba. Al pobre que se
encontraba le daba un duro para que le olvidase el rastro y, como solo robaba
al que tenía, el pueblo le cantó romances que no se mereció. Al jornalero que
tuerce la espina en la campa del amo le suele tocar perder y cuando le ve
palmar al amo, y temblar delante de la navaja, le sale la simpatía por el
bandido, aunque sea un canalla, y le hace un cantar. Detrás de las canciones el
Pernales era sanguinario y en La Roda de Albacete, en el cortijo de los Hoyos,
se encontró con el gitano Macareno, el que envenenó a sus tíos Soniche y el
Chorizo con una paella con liebre, y le pidió la deuda. Lo sacó de la finca y
le amarró a un olivo, le rompió la cara a puñetazos y le mató a cuchilladas que
le fue hincando con paciencia, asestándoselas en las zonas que no eran mortales
para alargarle el trámite.
En 1907, en Villanueva de
Córdoba, la Guardia Civil cercó a la cuadrilla del Pernales y en el tiroteo
murió el Niño de la Gloria. Poco después capturaron al Pepino y al Reverte y
Pernales escapó con plomo en el cuero y de milagro. En la huida robó un cortijo
en El Arahal, en Sevilla, y un bracero de la finca que le decían el Pardo le
vio más porvenir a la vida bandolera que al servicio
en el campo y le siguió. Se
llamaba Antonio Jiménez y era flaco como un junco y le dijeron a partir de
entonces el Niño del Arahal. El Pernales le había cogido prudencia al tricornio
y se había echado hembra, que se llamaba Conchita Fernández Pino, era de El
Rubio y estaba preñada, y planeó llegar al puerto de Valencia para embarcarse
para Argentina y empezar vida nueva. Cruzó Jaén con el Niño, robando por el
camino, y en la Sierra de Alcaraz, en el suroeste de Albacete, le preguntaron
al guarda forestal Gregorio Romero por una senda por la que atajar y le dieron
un duro por el recado. Romero había sido tricornio y le había quedado el
olfato, sospechó de los dos hombres armados, montados en un macho castaño uno y
en una yegua clara el otro, y dio el aviso al cuartel. El 31 de agosto de 1907,
en el cerro de Las Morricas, el teniente Haro y una dotación de cuatro guardias
les entablaron tiroteo y los finaron a tiros. Exhibieron sus cuerpos en el
pueblo de Villaverde, desmadejados como quedan los muertos, y en el inventario
del Pernales le apuntaron escopeta de cazar y revólver de seis tiros, mojos
a de muelles bien
afilada, trescientas pesetas y un reloj Roskopf con una cadena de un kilo. El
romance cantó más tarde que “el pueblo entero lloraba/ con mucha pena y dolor/
de ver a los dos bandidos/ cruzados en un serón”. Los aldeanos de Villaverde
miraron con curiosidad a los dos difuntos forasteros que les dijeron que fueron
malos cuando respiraban y se fueron a lo suyo, al tajo a sudar, a doblar la
raspa y a palmar, como siempre.
MARTÍN OLMOS