Existo, pienso, y expulso ruido incoherente:
Paseo a Clarisa, mi
pequeña y vieja perra, por calles de casas amarillentas, oscuras. agrietadas y
tristes, horizontes cercanos, y montes rotos por bajos y oscuros nubarrones, niños
que corren a la salida de la escuela, ondeando cabellos sucios y piernas secas.
¡Abuelo¡,
me rodean y pongo un caramelo en la mano de cada uno, juguetean con la perra, después
desaparecen, no sin antes uno de cabellos rubios y un poco canijo, me advierte
que pronto lloverá.
El viento levanta el polvo de calles en tierra, apenas veo, me giro un poco, para frenar la embestida y levantando
el costado de la chaqueta y solapa, cobijo la cabeza y me aproximo a la pared del viejo molino, en ese momento oigo la voz de Josefa. ¡Manuel parece que llega la tormenta!, Mujer endurecida y severa, hace unos 5 años enviudó y ella con su hijo, continuaron con el negocio del molino, sus ojos inexpresivos y tristes, dicen mucho de su infortunio, de aspecto corpulento y fuerte, es afable y atenta.
Las primeras gotas se desprenden del negro nubarrón,
junto a la puerta hay un ancho porchado, donde un cliente recién llegado, trata
de poner el carro cargado con costales de trigo y a la mula ,bajo techo, lo consigue, no sin algún grito al
animal, algo asustado por el ruido de los truenos, Clarisa me mira con cara de
susto, tampoco le gustan las tormentas. Josefa me dice que debo quedarme en
casa, tiene razón, he salido por sacar a la perra, le contexto.
En
aquel momento y después de sujetar la mula en una de las anillas, entra por una
puerta de interior que da al molino, el Cosme, después del saludo, se extiende comentando lo extraño del tiempo, tan alejados ya del verano.
CONTINUARÁ:
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