Vemos, que lleno aquel de entusiasmo, esfuerza más su voz para que le oigan los últimos del corrillo.
Vemos que los repetidos aplausos van ofuscando completamente su razón.
Vemos que empieza a extraviarse por caminos desconocidos.
Vemos que delira.
Vemos que se convierte en un energúmeno.
Vemos que reprende á quien le hace observaciones.
Que apostrofa á quien le contradice.
Que el menor ruido le irrita.
Que á todos impone silencio, y que todos callan y le dan marcadas señales de aprobación.
Vemos que engreído y satisfecho de sí mismo, se dirige hacia nosotros.
Vemos que avasalla á todos los que le rodean , los cuales ejecutan cuanto les manda, y le siguen ponderando sus méritos en descomunal griterío.
Vemos en fin, que con aire resuelto, y con imperturbable descaro, os señala á la burla
de sus prosélitos, y viene con la intención de dirigiros la palabra y confundiros.
de sus prosélitos, y viene con la intención de dirigiros la palabra y confundiros.
-¿Sí? Indudablemente.
Pues dejad que se acerque.
Colocaos a mi espalda. Sellad vuestros labios y prestarle toda vuestra atención.
Si delira, tened prudencia y compadecedle.
Ya le tenemos aquí. ¡Oídle!
Decidme, anciano; ¿Cuál es el principio de la sabiduría?
—¿Por qué me lo preguntas, joven , —le contestó este, cuando tú no debes ignorarlo.
—Porque deseo saber de vos.
—El principio de la sabiduría es el de saber dudar.
—¿Y cuál es la mayor ciencia del hombre?—le preguntó otra vez el joven.
—La de conocerse así mismo, —dijo el anciano.
—Sois ladino.
—Y tú atrevido.
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