A
primera hora cae el aparejo sobre la
robusta y asustadiza mula, ( Nunca tuvo nombre ).
El carro con el torno tensado y los mozos
puestos, está listo.
En varios portales de la "Calle delante", ya hay burros atados a las anillas o rejas y los esparteros llenando las agüeras de viandas con continuas idas y venidas a la tienda del pequeño.
En poco tiempo, se van
incrementando los saludos mañaneros y en el portal de cada casa, se desperezan mayores, jóvenes y chicos.
El campo, el monte y la
escuela, junto con lavaderos, son los lugares donde se repartirán la mayoría.
Es principios de verano y después de una primavera lluviosa, el campo ofrece su mejor versión, olivos
cargados de tramilla cuajada, y el monte rezuma el verde oscuro, propio del pino y las
atochas.
Rueda el carro por las terrosas calles, el roció mañanero augura un día bochornoso.
El pequeño y bullicioso
barrio se pone en marcha, el carro se mueve tirado por la joven mula, las yantas metálicas van estallando las menudas piedras del camino.
Estamos en la cañada
junto al barrio
castor.
Unas cuantas cargas de
cereal segadas y apiladas
unas semanas antes,
nos esperan
El peculiar olor del rastrojo húmedo, nos
acompaña durante el tiempo que dura la carga.
Con maestría de artesano, el encargado de colocar los apretados aces entre los varales, no escatima esfuerzo para hacer los menos viajes posibles.
El otro operario (Eran algunas de misobligaciones), desde el suelo le iba elevando las gavillas hasta que las alcanzaba, ayudado de una horca.
A veces ocurría, que bajo el cereal aparecía alguna que otra sorpresa, en forma
de lagarto, culebra, escorpión, ciempiés et, con el consiguiente susto.
Una vez la carga completada, procedíamos a
sujetarla por medio de cordeles de cáñamo, y que se tensaban haciéndolos correr
por las cijas, después regresábamos al barrio donde estaba la “era”, para la
trilla,
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