I). Enfrentarse con lo
desconocido.
Desde la más remota antigüedad
los seres humanos se han enfrentado al misterio de la vida, que se vuelve más
misterio porque acaba en la muerte.
Se viene a la vida para abandonarla, y
aunque no existen elixires para la inmortalidad, sí se pueden adoptar actitudes
para aprender a aceptar lo inevitable con menos dolor, superar el miedo a la
muerte y aprender a vivir con más sentido de la solidaridad, la plenitud y la verdad.
El ser humano se enfrenta a la vida sin saber cómo vivirla o no la vive con la
sabiduría suficiente.
Mientras las mareas suben y
bajan, las criaturas nacen y desaparecen, los hombres de todas las épocas han
tratado de burlar o superar la muerte; han soñado de manera constante, con
llegar a conseguir el elixir de la inmortalidad y a pesar de los sinsabores
cotidianos, la mayoría de los seres humanos se niegan a abandonar el mundo.
Con
frecuencia se teme vivir pero mucho más asusta la muerte, aunque la vida se
sienta como una carga o como una pesadilla, el ser humano se aferra a ella.
La biología es una fuerza tan
poderosa que siempre busca el modo de sobrevivir; se ha instalado tanto en el ser
humano, como en el animal el terror a la muerte.
La aventura de vivir:
Excepto los místicos, santos
o personas muy evolucionadas, la muerte siempre ha sido contemplada en
Occidente como un mal terrible.
Se la ha revestido de un carácter tenebroso y lúgubre,
al intentar ignorarla, incluso se ha ocultado y disimulado.
Los asirios y los
babilonios ya estaban obsesionados por la muerte, aunque mucho menos que los
egipcios a quienes no preocupaba solamente la muerte física, sino el viaje tras
la muerte.
Los griegos tenían una marcada
tendencia hedonista y sensoriales que les hacía rechazar la idea de la muerte,
mientras que para los órficos --seguidores del culto iniciático a Orfeo, la
muerte no era más que un mero trámite: se abandona el cuerpo gastado para
emprender otra forma de existencia más plena.
Los romanos, no demasiado
aficionados a dedicar el tiempo a la práctica de la reflexión filosófica, no
gustaban del recordatorio de la muerte ni menos aún de la muerte misma.
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A. Villena
E de confesar, que no pocas veces he perdido las riendas del autocontrol, si bien, he tratado de ocultarlo o disimularlo.
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