Son las 22 horas.
Las vacaciones han terminado y una vez más registro mi estado de ánimo, y como en años anteriores experimento una sensación similar a la que deben sentir los niños, al asistir por vez primera a la guardería.
Con el tiempo, van ocurriendo
hechos, que, aunque no sean especialmente significativos, los percibo de manera
negativa, debido a mi estado de ánimo.
Esto me genera cierto pesimismo que afecta moderadamente en mi día a día si bien procuro disimular.
Estas razones pueden estar relacionadas tanto
el ámbito laboral, como con otros aspectos de mi entorno.
Sin embargo, existe una variable
relevante en esta situación, “La edad”.
Tener 57 años me genera cierta confusión
respecto a mi utilidad.
Las grandes empresas ya no les
importa tanto la experiencia de sus trabajadores.
Esto ocurre, porque jóvenes bien
preparados, están llegando al mercado laboral cuyos salarios de partida son
irrisorios comparados con aquellos que ya llevamos varias décadas acumulando antigüedad
y otros incentivos
Esta percepción, sumada a lo anteriormente expuesto, genera en mí una sensación inédita de cuestionamiento sobre mi competitividad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario