PASADO

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LA SOBERBIA TIENE UNA HIJA Y ES LA INGRATITUD, (EL QUIJOTE)

miércoles, 3 de septiembre de 2025

ISSO / Laberinto infinito

 

Memoria y nostalgia de Isso

Los recuerdos asoman como pinceladas dispersas, flotando en el abismo de incoherencias que deja el paso del tiempo. Las nostalgias irrumpen con intensidad, como si empujaran desde el interior de un arca que se resiste a permanecer cerrada.

Infancia y juventud en Isso

Mis primeros veinte años en este mi  pueblo y  recorridos desde la niñez, hasta la adultez, evocan tantas imágenes como confusiones. Los paisajes, las casas y los parajes, recorridos infinidad de veces, se entremezclan con emociones y fragmentos de experiencias.

La fragilidad de los recuerdos

Los hilos que me conectan con ese pasado son frágiles, apenas duran unos segundos antes de diluirse en una nebulosa impenetrable. Sin embargo, en esos brevísimos instantes, la memoria logra reconstruir entornos y sensaciones que, aunque algo distorsionados y mezclados con sueños, siguen formando parte esencial de mi identidad.

 Seis décadas después, complicado ser objetivo:

El tiempo en Isso y la memoria reconstruida

 Intentar conectar el pasado con el presente se convierte en un esfuerzo complejo, pues la memoria actúa como una máquina incesante que entrelaza confusos recuerdos, con mosaicos definidos y concretos.

Esta mezcla, a menudo caprichosa, genera entornos donde la vegetación y la vida parecen fundirse en perfecta armonía, evocando imágenes idílicas que florecen en el espacio donde realidad y nostalgia se encuentran.

 Isso, laberinto infinito:

Entre los pliegues de la memoria, surge el recuerdo de un Isso sembrado de barrios y viviendas dispersas, extendiéndose en todas direcciones, cada cual con su propio nombre y personalidad. 

Había barrios y casas que parecían brotar de la tierra misma, formando una geografía casi interminable de lugares familiares y entrañables. Nombres como “Casa del Olivar”, “Los Trigueros”, “Baltasar”, “Paco Oreja”, “Buenos Deseos”, “Puente Perdigón”, “Pinos de Julio”, “La Palmera”, “Casa Grande”, “Corral de Espinosa”, “Casa del Rano”, “De Gachero”, “Peña Bermeja”, “Molino Falcón”, “El Romeral”, “Casa Pegote”, entre otros, componían un auténtico mosaico rural. 

Cada topónimo evocaba historias, relaciones y vínculos invisibles que tejían la vida cotidiana del pueblo, en un laberinto de lugares, donde la memoria y la identidad se funden y se reconocen.

Árboles emblemáticos: 

Entre todos destacaba el plátano monumental de la almazara Gachero; era el edificio natural más alto de Isso, hasta que la intervención humana dictó su desaparición.

 Su gran altura y anchura,ofrecía bajo sus espesas ramas, una sombra impenetrable,aprovechada por jornaleros en las duras jornadas de siega y trilla, era el lugar perfecto para dar buena cuenta de las viandas de merendera, y la bien merecida siesta.

El lavadero, la almazara y las casas familiares



A la sombra del imponente tronco del chopo, se extendía un pequeño universo rural compuesto por un lavadero, cuatro casas y la almazara propiedad del señorito Gines. Este era un lugar frecuentado en mi infancia, donde la presencia constante de mis tíos Juan Gachero y Angélica daba vida y calor al entorno. Estas edificaciones, junto al árbol monumental, trazaban un paisaje íntimo, cotidiano, que permanece grabado en la memoria con la fuerza de lo irrepetible.

Caminos y elementos del paisaje cotidiano

En ese mosaico rural, la memoria también rescata la imagen de senderos estrechos que serpenteaban entre huertas y barrios, formando una red de recorridos tortuosos.

 Acequias, guilandas y cañadas surcaban el terreno, acompañadas de lavaderos y pozas que servían de punto de encuentro y trabajo. Molinos, calderones, aljibes, ollas y eras de trilla completaba ese entramado, componiendo una geografía en la que cada elemento tenía su lugar y su significado, y donde el paso del tiempo parecía detenerse entre la rutina y el asombro cotidiano.

Memoria olfativa y nostalgia rural

Los aromas de las estaciones

Cómo no recordar el olor a matanza en navidad, el de almazara en enero, el del azafrán a finales de octubre y, en verano, las hortalizas y los rastrojos de cereal recién segado después de la tormenta, el campo desprendía fragancias especiales, difíciles de describir para mí, pero profundamente ligadas al ciclo de la vida rural.

La persistencia de los recuerdos

En cualquier caso, no deja de ser un arrebato de nostalgia, que mi cerebro diseña para hacerme creer que las cosas solo desaparecen cuando quedan totalmente olvidadas.

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