Encontrarse mal
Aquel que siquiera en una sola ocasión se ha hallado con alguien que está verdaderamente mal, pronto se anda con cuidado antes de limitarse a dejar permanente constancia de su propio estado.
Aprende a distinguir y a distinguirse bien, para saber lo que es estar realmente mal.
Basta vérselas con el dolor y el sufrimiento, y con la soledad de quienes no disfrutan de buena salud o no tienen condiciones para una vida digna, para retener la retahíla de quejas y contener el tono de constante lamento.
En innumerables ocasiones, quienes más argumentos tienen para hacerlo disponen de las mínimas condiciones para mostrarlo.
La pérdida de fuerzas y de razones, el desconcierto ante la situación, la incapacidad o la imposibilidad de afrontarla y la infinita tristeza que ello conlleva nos anuncian lo que no requiere demasiadas proclamaciones.
Y ya ni siquiera una exposición de motivos o una catalogación de las causas producen alivio alguno.
También hay un enigma en el malestar, que
no siempre se diluye con una relación de explicaciones. Incluso en el caso de males procurados por uno mismo o por los demás, el asunto no se sutura con la atribución de culpabilidades.
Podría aliviar, pero el alivio no siempre recompone.
En determinadas coyunturas, en situaciones extremas, ni siquiera es fácil la compañía, ni la de acompañar, ni la de ser acompañado, ni se hace muy factible ni una comprensión ni una entereza con más contenido que un simple ponerse relativamente cerca.
O acertar con la distancia adecuada.
A veces, estar mal incluye precisamente estarlo con otros, y para con los otros, dado que, en cierto modo, ya se halla insatisfecho e incómodo para con uno mismo
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