Recuerdos que asoman como pinceladas pululando en
un abismo de incoherencias.
Las nostalgias rompen con intensidad, es como si empujaran
desde el interior de un arca, que se resiste a estar cerrada.
Mis primeros veinte años en este mi pueblo, pateado de
niño y hasta la edad adulta, me recuerda tantas imágenes como confusiones.
Los hilos que me conectan con el pasado son frágiles y
apenas duran unos pocos segundos, después se diluyen en una nebulosa, a veces
impenetrable.
El tiempo ha levantado barreras en forma de progreso.
Mi intento de poner coherencia entre el pasado y el futuro
choca con la inexorable máquina del tiempo que todo lo mezcla, sueño y
realidad crean en mi memoria idílicos entornos donde vegetación y vida se
complementan con total armonía.
Isso, laberinto infinito:
Compuesto por multitud de barrios que nunca acabas de conocer y también con casas de campo esparcidas a lo largo y ancho de su geografía, con nombres como casa del olivar, los trigueros, Baltasar, Paco oreja, buenos deseos, puente perdigón, pinos de Julio,
La palmera, casa grande, corral de Espinosa, casa del Rano, de Gachero, peña
bermeja, molino Falcón, el romeral, casa Pegote, et.et.
Recuerdo caminar por estrechos senderos, cruzando
acequias de riego entre troncos de olivos centenarios mezclados con nogales,
almecineros, olmos, chopos descomunales como el de la almazara Gachero,
edificio natural más alto de nuestro pueblo, hasta que la voracidad del hombre
lo hizo desaparece, el chopo al que me refiero era una alta columna de ramas y
hojas que hacía de hermoso parasol, creando una sombra densa y privilegiada en
los duros meses de verano.
Un lavadero junto
a su grueso tronco y cuatro casas, más una almazara que pertenecía al señorito
Gines, complotaban este entorno que en mis años mozos visitaba con frecuencia,
porque vivían dos de mis tíos Juan Gachero y Angelica.
De entre la nebulosa del pasado, percibo estrechos
caminos, de recorridos tortuosos, multitud de senderos, guilandas, cañadas, acequias,
lavaderos, pozas, molinos, calderones, aljibes, hoyas, eras de trilla, et.et.
Cómo no recordar el olor a matanza en navidad, el de
almazara en enero, el del azafrán a finales de octubre y en verano hortalizas y
rastrojos de cereal recién segado y después de la tormenta, eran olores
especiales difíciles de describir para mí.
En cualquier caso, no deja de ser un arrebato de
nostalgia, que mi cerebro diseña para hacerme creer, que las cosas solo
desaparecen cuando quedan totalmente olvidadas.
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