LO QUE QUEDA |
M. Marcelin:
En este momento me encuentro en uno de esos lugares que quienes somos isseros y de la generación de los 50, nos evoca gran cantidad de recuerdos.
En mi caso, porque el lugar era paso obligado de regantes nocturnos y que de adolescente me tocó lidiar con mis miedos, en más de una ocasión.
La más difícil y que y quedo gravada en mi memoria fue la que me tocó vivir después de disfrutar de un domingo de la fiesta de Santiago, en el riego de la noche. Las tandas estaban adjudicadas semanalmente y un domingo tocaba las 13 horas y la siguiente a la 1,00 de la madrugad del lunes, y fue en esta tanda cuando mi padre me dejó en el lugar llamado "La Media", que se encontraba unos cien metros aguas abajo, después de pasar el molino de Marcelin, con un reloj y un farol, para cambiarla, del brazar de la puenterrera, al de la placeta.
Como indico al principio. La tarde anterior estuve en la fiesta, y al final oí rumores de que la última vaquilla que se soltó se había escapado y que como ya era noche, dejaban para otro día lo de localizarla, con estas premisas en mi pensamiento. A medianoche, me encontraba junto a un cauce abierto, por donde transcurría el hilo, procedente de la fuente, pero casi oculto debido a la hierba que se amontonaba en los bordes, añadir, que, en el lugar, un espeso cañar que apenas daba paso, a la luz de una tenue luna en menguante, allí se dividía la acequia en dos ramales, el que iba para Partidores por la puenterrera, y el que continuaba hacia la placeta, Méndez y olmos de Pepe Rico. Eran los únicos puntos de las acequias donde había obra, se trataba de piedra arenisca tallada, formando una uve invertida en donde se cambiaban los tablones en una dirección u otra, con hendiduras hechas a cincel, para colocar el tablón, y procurando que el nivel de fondo y alzado fueran simétricos.
Descrito el lugar. Allí estaba yo con la luz del farol, y el reloj esperando que llegase la hora de cambiar el tablón, la noche tiene momentos de silencio que conmueven, y solo se interrumpían por el roce de las hojas del cañar al moverse, fueron minutos larguísimos, acurrucado junto a un viejo muro lindero, el miedo me impedía girarme, creyendo que la vaca aparecería en cualquier momento, hasta apague el farol para que no me viese. Obvio decir, que cuando cambié el hilo de brazal, casi volé hasta el puente de la placeta, donde uno de mis hermanos mayores me esperaba para hacerse cargo del riego, en ese momento mi corazón bajo de revoluciones.
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